‘Elecciones y divorcios’ o el gran juego escénico del entremés

Elecciones y divorcios es un espectáculo festivo, con máscaras y música en directo, cuya totalidad de los elementos escénicos va a favor del hecho teatral

Montse Simón, Antonio Dueñas, Daniel Migueláñez, Rey Montesinos y Dayana Contreras, protagonizan ‘Elecciones y divorcios’. | Foto: Marcos G. Punto

Un artículo de Bea López

La Fundación del Teatro de La Abadía, fiel desde sus inicio al entrmés, repite la fórmula de éxito de la temporada pasada, tras Enmudecer con hablar, con un nuevo díptico entremesil en un espectáculo que potencia y celebra el gran juego escénico en Elecciones y divorcios. El entremés es una pieza dramática de un solo acto que se representaba entre los actos de las comedias. Funcionaba como un interludio cómico que tenía como objetivo principal entretener al público entre las diferentes partes del espectáculo. Esta característica lo convirtió en un género de teatro breve en el que la puesta en escena y la música, que forma parte de la naturaleza entremesil, eran fundamentales para lograr el goce y el aplauso del respetable.

El arte de la máscara

En la segunda mitad del siglo XVI, en pleno Renacimiento, nació en Italia una nueva manera de hacer teatro que se extendió por toda Europa. Una de sus principales características era el empleo de máscaras, que todavía hoy se usan en el carnaval italiano. Existieron más de cuarenta máscaras diferentes solo en la época dorada de este género dramático, y algunas, como las de Arlecchino, Brighella, Capitan Matamores, Pantalone o Pulcinella, han quedado marcadas en el imaginario teatral colectivo.

La Commedia dell’Arte se fundamenta en los cuatro arquetipos que representan la condición humana: zanni-servetta (criado-criada), el viejo, los enamorados y el capitano o fanfarrón. Al trasladar esta nomenclatura al universo cervantino de Elecciones y divorcios, Mariano Aguirre, que ha trabajado con el elenco el uso y manejo de la máscara, tenía muy claro el punto de partida: «A cada personaje cervantino se le ha atribuido un arquetipo y, una vez hecho esto, se le adjudica la máscara de un personaje de la Commedia dell’Arte cuyas características de edad, situación social y carácter coincidan y se aproximen a las suyas, tal y como las refleja Cervantes».

Antes de meterse de lleno en el manejo propio de la máscara, el reparto se formó en los rudimentos técnicos de movimiento corporal para cada uno de los arquetipos presentes en el espectáculo. Después, dentro de cada arquetipo se fueron abordando las variantes y características específicas según dos criterios concretos: por un lado, el sexo del personaje a interpretar (zanni-servetta; vecchio-signora; innamorato-innamorata) y, por otro lado, según el carácter (primer zanni, listo; segundo zanni, tonto; zanni, siempre grotesco; servetta, siempre donosa; viejo avaro-viejo pedante…).

Una vez que se ha trabajado esta primera etapa de base se ahonda en las premisas físicas y técnicas de la Commedia dell’Arte, teniendo siempre muy en cuenta la naturaleza propia del entremés. «Creo que la máscara proporciona al entremés una energía y una alegría de las que carece el teatro de texto. La máscara dinamiza el texto, vitaliza la literatura», declara Aguirre.

Boceto de vestuario de ‘Elecciones y divorcios’ realizado por Javier Chavarría.

Resulta imprescindible detenerse en el hecho de que en una obra propia de la Commedia dell’Arte no se memoriza puesto que no hay texto. Se procede desde un canovaccio (sucinto guion) desde el cual se crea el espectáculo, con sus diálogos, sus lazzi, su movimiento y su obligada y obligatoria improvisación. «En la Commedia dell’Arte no hay teatro escrito, literario, y esta es la causa principal por la que no se la suele tener en cuenta e incluso se la menosprecia, ya que la historia del teatro la han escrito los profesores de literatura y no los actores. Pero el teatro es el mundo del actor, de tal manera que sin él no hay teatro», expone Aguirre.

En el caso de los entremeses cervantinos de Elecciones y divorcios, sí existe un texto que hay que aprender y en el que no cabe, en principio, la improvisación manifiesta y descarnada. «Casar uno y otro mundo fue, pues, el gran desafío», expone Aguirre.

Lo que es indiscutible es que no existe la Commedia dell’Arte sin máscara, porque incluso los personajes carentes de ella, tales como los Innamorati y los personajes femeninos, se ciñen a la teatralidad siempre física de la máscara. «La máscara lo es todo: detonante y motor de la acción teatral», afirma Aguirre.

Ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes. Si no, dime: ¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales.

(Don Quijote II, 12)

Este pequeño fragmento de la novela cervantina por excelencia pone de manifiesto el conocimiento de la Commedia dell’Arte por parte de Cervantes. A los personajes mencionados para el desarrollo del topos del «gran teatro del mundo» se les encuentra inmediato paralelo con los de la commedia: Arlequín es un rufián, Brighella un embustero, Pantalone un mercader, un personaje de commedia es un Capitano, el simple discreto podría ser Pullicinella y el Innamorato y el enamorado son el mismo personaje.

Los rasgos que unen a la Commedia dell’Arte y a Cervantes son múltiples, ya que Cervantes asimiló distintos aspectos de ella y los trató en su prosa y teatro. «Seguro que Cervantes conoció la Commedia dell’Arte, tanto en su estancia en Italia como durante su existencia en España, y estoy convencido de que el proyecto de Abel González Melo no le hubiera desagradado en absoluto», confiesa Aguirre.

Una realidad social vestida con estilo propio

La sociedad española del siglo XVII estaba muy estructurada y las clases sociales eran muy poco permeables, lo que establecía una notable diferencia entre los estratos de poder y de servicio. Esto, en el contexto de la ciudad era todavía más acusado, dado que había una gran división entre los tres estados, lo cual a su vez se traducía en una diversidad de oficios que fomentaba asimismo una gran variedad de indumentarias.

El traje identificaba inmediatamente la posición social y el rango dentro de la misma, así como el poder adquisitivo, la edad, o la procedencia e incluso la religión. Felipe II había sido muy estricto en el uso correcto de la ropa en relación con estos asuntos, y todo estaba regulado e incluso penado.

En cualquier caso, «el vestuario no se puede ver como un adorno al margen de la realidad social y económica, y muchas veces las decisiones de estado que parecían morales escondían intereses económicos y políticos, y esto da mucho juego en el campo de la semiótica de la imagen», señala Javier Chavarría, responsable del vestuario y la escenografía del espectáculo.

Boceto de vestuario de ‘Elecciones y divorcios’ realizado por Javier Chavarría.

La creación de los distintos trajes y complementos para los personajes tan diversos y caricaturescos que forman parte de Elecciones y divorcios ha permitido a Javier abordar un trabajo de diseño absolutamente apasionante: «En concreto estos dos entremeses hacen desfilar todo un universo de caricaturas y realidades humanas. Desde los aspirantes a alcalde con sus realidades tan diversas en frente de los funcionarios públicos, hasta los muy complejos personajes que pueblan el juzgado de los divorcios».

Aunque el trabajo tiene una base de corte histórico, se ha buscado, precisamente para incidir en el aspecto de caricatura, dar importancia a ciertas gamas de color y a los volúmenes que definen las siluetas de los personajes y, por lo tanto, también su carácter.

El propio carácter satírico a la vez que moralizante que presenta el género teatral del entremés ofrece unas posibilidades de juego escénico en una doble vertiente: puede ser descriptivo al mismo tiempo que también abstracto.

Boceto de vestuario de ‘Elecciones y divorcios’ realizado por Javier Chavarría.

Elecciones y divorcios forma parte de la tradición que la Fundación Teatro de La Abadía mantiene con los entremeses cervantinos, y por ello, como señala Chavarría, «lo que se ha buscado es crear una dominante de color muy marcada para cada una de las piezas que aísle la imagen y la identifique muy bien en relación con los trabajos precedentes llevados a cabo. De esta manera se puede ver como un trabajo en continuidad a la vez que como un espectáculo autónomo y cerrado».

La música: un elemento imprescindible inherente al entremés

Antonio Dueñas es el responsable de la dirección musical del espectáculo al mismo tiempo que es también intérprete. Esta presencia integral en la producción le ha permitido formar parte del proceso completo, incluido el análisis de texto, su estudio desde el punto de vista de la dramaturgia y todo el trabajo previo de mesa.

Todo ello le ha servido de grandísima inspiración para crear las canciones que forman parte del espectáculo y toda la música incidental de la obra. «La principal intención era que la música guardara relación con nuestro espectáculo anterior, Enmudecer con hablar, yaque también este recogía otros dos entremeses de Cervantes, y la propuesta estética de ese espectáculo está íntimamente relacionada con el montaje de Elecciones y divorcios. Esto ha influido tanto en el carácter y la estética de la música como en los instrumentos que utilizo en escena, ya que opté por utilizar el mismo material sonoro», explica Dueñas.

La música de Elecciones y divorcios bebe de lo popular y de lo festivo y persigue rendir homenaje a la música de tradición oral que ha pasado de generación en generación, tanto la que se conserva como la que tristemente se ha perdido. «He tratado de componer sin demasiadas ataduras estéticas, pero con el firme propósito de que la música sirva como vehículo para transportarnos al Siglo de Oro», declara Dueñas.

En lo que al timbre se refiere, el espectáculo utiliza las voces a veces de forma polifónica y otras monódica, y siempre acompañado casi todo el tiempo de la mandolina. Además, no hay variación tímbrica entre los dos entremeses, debido a que tanto la voz como la mandolina son el marco sonoro por el que camina la dramaturgia musical. «Aunque son dos entremeses con historias y personajes diferentes, la paleta de sonidos utilizados sirve como nexo de unión musical entre uno y otro. La instrumentación elegida y el carácter “juglaresco” y popular de las canciones sirven para ayudar a crear unidad, y que la percepción que el espectador hace de los entremeses no sea como entes separados, sino como un solo espectáculo», señala Dueñas.

Boceto de escenografía de ‘Elecciones y divorcios’ realizado por Javier Chavarría.

Desde el punto de vista de la música, las posibilidades de juego que ofrece un entremés son diversas y muy interesantes, porque permiten seguir innumerables caminos de creación. Si bien se enmarca en una época concreta y atiende al carácter casi siempre burlón y satírico de los temas y personajes que lo componen, la presencia de una gran diversidad de tipos y tramas que juegan siempre con el engaño y la picaresca abre múltiples opciones a la creación musical. «Por un lado, te permite jugar “a favor”, utilizando elementos sonoros formales y estéticos acordes a la época y, por otro, jugar a romper el discurso y componer como si la música fuera un personaje más de la obra con ese carácter burlón, aunque el resultado sonoro (o precisamente para potenciar esa idea) no sea demasiado escolástico», expone Dueñas.

En definitiva, en Elecciones y divorcios la música es un híbrido perfecto entre estas dos ideas, tal y como explica Dueñas: «Me interesaba acompañar al espectador en el viaje que hacemos cada función a la época de Cervantes, pero a la vez jugar en la periferia de esos elementos formales y sonoros de una manera pícara y burlona».

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