Hablamos con el dramaturgo y director uruguayo sobre Memento mori o La celebración de la muerte
Una entrevista de Yoel Peña
El Corral de Comedias de Alcalá acoge el estreno absoluto en la Comunidad de Madrid de Memento mori o La celebración de la muerte, una creación de Sergio Blanco en la que la muerte huye de la castradora moral para proyectarse con libertad total hacia el hecho poético. Un monólogo teatral en forma de conferencia interpretado por el mismo autor. Una exposición de uno de los grandes dramaturgos internacionales del momento, con profundidad, radicalidad y agudeza.

Sergio Blanco
Corral de Comedias: Memento mori o La celebración de la muerte es una obra que nos invita a reflexionar sobre la muerte. Ofrece una perspectiva distinta quizás a lo que hacen el resto de las narrativas porque no te habla desde un tono pesimista. ¿En qué momento de tu vida decidiste que esta obra era el vehículo ideal para abordar este tema tan profundo y universal?
Sergio Blanco: En realidad, el proyecto yo lo escribí como un encargo de parte de la Sala Beckett de Barcelona con motivo de la conmemoración de los treinta años de la muerte de Samuel Beckett. Ese fue el origen. Y después yo creo que llegó un momento en que de alguna manera la muerte está presente en toda mi obra. Por otro lado, cuanto más va pasando el tiempo, más uno se va acercando a la muerte. La va conociendo por la pérdida no solamente de seres queridos, sino que también va conociendo el pasaje del tiempo y cómo mueren no solo las personas y los seres vivos, sino cómo mueren espacios, lugares, relaciones, tiempos. Entonces, de alguna manera vivir es ir enfrentándote con la muerte.
Con esta conferencia, la idea mía desde el principio era abordarla buscando la belleza y la liviandad que pueda haber en la muerte. Siempre insisto en que esta conferencia, que fue escrita a la par de un texto mío que se llama Cuando pases sobre mi tumba, el cual también habla de la muerte, fuera abordada de forma liviana, no por eso superficial. Que sí estuviera el tema, con la profundidad que merece, pero apuntando siempre a tres cosas: la levedad, la belleza y hasta el humor.
C.C.: Hablabas de esa forma de hablar de la muerte, pero más desde una celebración. Esto también se refleja en el título, porque al final la muerte siempre tiene algo consigo como misterioso y ante lo que estamos todos desprovistos. La muerte va a llegar y hasta el mismo título de la obra lo recuerda en su significado: «Recuerda que vas a morir». El mensaje que quiere transmitir este monólogo es muy directo.
S.B.: Utilizo la idea de conmemorar en el sentido de recordar, como dice el título, el memento mori, porque de alguna manera la muerte es lo que le da un sentido a la vida, el saber que tenemos un final, que la vida es algo finito, me parece que le da sentido. La obra en un momento dice una frase muy bonita: «La muerte es lo más precioso que se le ha dado al ser humano. Tras la muerte, el amor». Y a mí eso me parece muy bello.
«Nadie sabe lo que es la muerte, lo que viene después. Incluso es muy difícil definir la muerte. Es casi imposible».
La muerte, de alguna manera, es una de las cosas más bellas que tenemos. Este hecho no quita que, sin lugar a dudas, es algo también doloroso, triste. Pero también tiene un aspecto que tenemos que pensarlo y meditarlo. Como decías tú, la muerte es algo muy misterioso. Es algo que va más allá de las religiones, las creencias, las posiciones filosóficas, teológicas o científicas. Hay un gran desconocimiento. Nadie sabe lo que es la muerte, lo que viene después. Incluso es muy difícil definir la muerte. Es casi imposible. No hay definición de la muerte.
C.C.: La muerte se convierte en un simbolismo, en algo como bastante abstracto de contar. Señalabas al principio que esta obra surge a partir de esa celebración del trigésimo aniversario de la muerte de Samuel Beckett. ¿Crees que también la literatura, en este caso, te ha servido como vehículo para contar lo que querías transmitir? Porque también hay muchas frases, muchas referencias literarias en el texto.
S.B.: La literatura es lo que, de alguna manera, nos permite aproximarnos a la experiencia humana, sin lugar a dudas. Yo creo que no solamente lo que a mí me permite expresarme a la hora de escribir, sino, sobre todo, lo que me permite como lector, cuando leo los grandes textos de la literatura universal, comprender. No podría pasar un día sin leer.
«Si hoy en día tengo un vínculo apaciguado con la muerte es porque, de alguna manera, lo he aprendido en la literatura».
Para mí la lectura es lo que más me permite aproximarme al ser humano. Por eso señalaba antes que toda gran obra de arte o todo gran texto literario en un momento u otro aborda el tema de la muerte, porque es uno de los grandes polos en los que nos habitan, el amor y la muerte, el Eros y el Tánatos, todo lo vinculado al amor, a la sexualidad, a la pasión, pero, por otro lado, también la vida está hecha de violencia, de muerte, de separación, de fin.
De este modo, literatura es justamente el espacio que nos permite experimentar. Yo siempre digo que el arte y la literatura nos permiten ensayar en el campo de lo virtual cosas que después van a suceder en el campo de lo real. En lo personal yo si hoy en día tengo un vínculo apaciguado con la muerte es porque, de alguna manera, lo he aprendido en la literatura.
C.C.: Al final la literatura lo que hace con la muerte es poetizarla, no hablar de ella de forma tan directa, sino también a través de la palabra, darle esa importancia o transmitir realmente lo que se quiere contar al público en ese momento.
S.B.: Sí, porque la literatura tiene esa capacidad de que puede volver bellas cosas complejas y duras y hasta desgarradoras. Y, sin lugar a dudas, el espacio literario, el espacio artístico, es un espacio que puede embellecer esas cosas que son tan difíciles en la vida. Por supuesto que en la vida la muerte de las personas y de los seres queridos es algo complicado y complejo, pero en la literatura justamente nos podemos extasiar con esas muertes; podemos hasta disfrutarlas, podemos llorarlas también, pero estamos siempre en un proceso de ficción, de negación, que nos permite transitar por esa muerte en el espacio literario sin que eso nos aplaque o nos duela realmente.
En la literatura estamos jugando, experimentando con las pasiones, porque no son verdaderas, son del campo de la ficción. Entonces eso es muy interesante porque podemos probarnos a nosotros mismos en un montón de situaciones.
C.C.: ¿Cómo ayudan estas conferencias autoficcionales a hablar de temas tan peliagudos que, en un principio, a lo mejor la gente también puede rechazar un poco?
S.B.: Lo interesante es cómo la conferencia autoficcional va mezclando lo público y lo íntimo. Por un lado, en la conferencia se toca un tema y en torno a ese tema se desarrollan determinadas ideas. Y, por otro lado, cada tanto ese discurso está interceptado o hasta atropellado de alguna forma por una toma de palabra más personal, más íntima, en relación a ese tema que se está desarrollando.

En particular sobre la muerte me interesaba a mí abordar aspectos objetivos, científicos, de citas, de aproximaciones, de evaluaciones, pero ir mezclándolo con anécdotas, con vivencias, con posiciones más íntimas, más personales en torno al tema. Para mí, eso es entonces lo que hace que la conferencia autoficcional tenga un sello muy arraigado a la persona que la está diciendo en ese momento.
C.C.: ¿Cómo has podido establecer un equilibrio entre lo que es hacer arte con tu proyecto y también esa vulnerabilidad personal?
S.B.: La idea es que la propia idea de la confesión esté presente. La confesión es ese pasaje de algo que no era dicho que pasa a ser dicho, ¿no? Y que supone una cierta vulnerabilidad. Porque uno está en un espacio público contando algo que sí es una confesión. No obstante, hay mucha decisión. En la propia conferencia digo al principio: «Voy a contar algunas experiencias, algunas verdaderas y otras falsas». Eso es lo que tiene la autoficción, ¿no? Que a veces la gente lo confunde con la autobiografía, y son dos cosas distintas.
Supuestamente la autobiografía tiene un pacto de verdad y va a decir verdades, la autoficción no. Uno está, como dice el propio término, autoficcionalizándose, es decir, está partiendo de un yo, partiendo de un individuo, pero después lo va a modificar, lo va a cambiar. Es un lugar donde se miente mucho también. Por este motivo, yo me siento protegido porque sé que lo que está allí, nadie puede saber qué es verdadero y qué es falso, que hay algunas cosas que son verdaderas, pero que hay otras que son muy falsas, y yo nunca especifico ni digo qué es verdad y qué es mentira, sino que juego con eso.
C.C.: La autoficción es también un acto de generosidad y de valentía.
S.B.: Sí, cuando uno trabaja a partir de sus propias vivencias y las pone en escena o en un relato, más que un acto de coraje, para mí es un acto de generosidad. Es decir, voy a presentar a la comunidad, a la colectividad, al grupo de personas, mi historia, pero no es un acto de valentía, sino un acto de querer compartir mis historias con los demás. Sabiendo que las historias de los seres humanos están tejidas con los mismos hilos, y que todo lo que le pasa a uno nos pasa a los otros. Walt Whitman, que yo cito mucho en mi trabajo teórico, en un poema dice algo hermoso: «Todo lo que diga de mí también lo digo de ti, porque cada uno de mis átomos es tan mío como tuyo». Los seres humanos no somos islas, somos un archipiélago, estamos muy vinculados entre nosotros por las experiencias.
«La autoficción es entregar el yo en ese acto expiatorio de generosidad, de que pongo mi historia para que podamos todos vernos reflejados en esa historia».
Con esto no quiero eliminar o anular las diferencias que pueden existir, lingüísticas, culturales, religiosas, teológicas, entre las personas. Obviamente somos todos distintos, pero tenemos algo todos que nos iguala. Y la autoficción trabaja mucho con esta idea, que es un principio muy humanista, de que estamos todos conectados finalmente. De esta manera, la autoficción es entregar el yo en ese acto expiatorio de generosidad, de que pongo mi historia para que podamos todos vernos reflejados en esa historia.
C.C.: Posiblemente lo que tú estás contando les haya pasado a otras personas. Y, a lo mejor, a un espectador que está en la fila 3 le ha sucedido también y conecta con el tema y con esa celebración de la muerte en el plano que le has querido dar en la obra…
S.B.: Claro, porque eso que tú decís es la base de la autoficción. Lo interesante es que uno pueda contar algo donde la gente se pueda ver identificada, reflejada o pueda conectar con esa historia. Por eso que te decía de que yo siempre digo que en los demás residimos nosotros, ¿no? En los demás estamos nosotros. Porque los relatos de los demás están tejidos con nuestros mismos hilos. La humanidad es un entretejido. Entonces para mí eso es lo más interesante que tiene la autoficción. Yo parto de mi vida para llegar a los demás. No es un acto que se encierra en una egolatría, sino que es todo lo opuesto; no es para nada un mecanismo de egocentrismo; es abrirse a la historia de los demás y que puedan verse reflejados en uno.
C.C.: Y en este caso los demás, los espectadores, van a poder verse en una puesta en escena bastante minimalista, porque cuenta con una proyección, una mesa de escritorio y un par de elementos más. El texto y tú como intérprete son los propios protagonistas. ¿Cómo encaras esta fecha en el Corral de Comedia de Alcalá?
S.B.: Sí, lo importante es que esté esa palabra que se ha dicho, ¿no? Que sea la protagonista, esa toma de palabra, ese discurso que es dicho. Entonces para mí era importante que no hubiera casi nada, que solamente estuviera mi cuerpo leyendo ese texto. Y detrás hay un soporte audiovisual. Cada una de las conferencias tiene uno distinto. En este caso son treinta fotografías de una gran fotógrafa uruguaya, Matilde Campodónico. Son imágenes que, de alguna manera, hablan de la muerte también. Buscando belleza, también con liviandad y con humor.

Y para mí es muy emocionante poder interpretar este texto en un lugar como es el Corral de Comedias de Alcalá, que es un espacio tan emblemático que cuenta tanto sobre la historia teatral, no solamente de Madrid, sino de España, de Europa y del mundo, porque son esos lugares que están tan cargados de historia. Tengo muchas ganas de estar allí.
C.C.: ¿Qué mensaje, si lo hubiera, quieres o te gustaría que se llevase a la gente? ¿O te gustaría que se fuese reflexionando, que le abriese una ventana a un tema nuevo?
S.B.: Me parece que es interesante que cada espectadora, cada espectador construya un mensaje. Yo no creo que en una obra de arte haya un mensaje. Creo que lo interesante es que una obra de arte propone una temática; es una invitación a mirar por una ventana, y después creo que el mensaje es algo que tiene que construir cada espectador, cada espectadora, cada lector, cada lectora. Además, incluso, creo que una obra tiene muchas lecturas, y que interpretar una obra es reconocer la cantidad de lecturas que la propia obra tiene.
Yo tengo una lectura, pero que es muy personal, como autor, como actor, como director de este espectáculo, pero lo interesante es cada espectador, cada espectadora que se sienta, qué lectura va a construir. Por eso yo tengo la tesis de que el espectador, la espectadora, construye discurso artístico también. Está construyendo la partitura escénica. Para mí el espectador, la espectadora, no es un agente externo que llega, se sienta, mira la obra, sino que está trabajando junto con los artistas. Está en escena. En ese sentido, se emancipa, construye también un mensaje o un sentido. Lo interesante y lo lindo del teatro es eso, por eso es un espacio democrático muy importante, cada uno viene con su bagaje, con su experiencia, y cada uno construye su propio relato.