Solo Hamlet Solo

Sobre la obra

Hacía tiempo que este Hamlet venía calentándome la cabeza. Solo, porque por muchas veces que leyera el original de Shakespeare siempre lo percibía solo, con sus miedos, su incertidumbre, su impotencia, su inseguridad y sus paranoias, incluso un tanto esquizofrénico; si jugamos a los médicos jugamos bien, pero solo.

Y sé que ya es difícil que se te presente el espectro de tu padre bramando vengar su muerte, como para que alguien que ha sido testigo de semejante prodigio tarde ciento ochenta páginas en hacer el recado. Con esto no digo que su tío no fuera un indeseable y su madre una reina aburrida -por entonces no había ?Polaroid? para retratarse en cualquier ?tinglao?- y que todo se cociera en su atormentado ático con vistas al Mar del Norte, pero el hecho de que fuera el único que viera y oyera al fantasma en cuestión ya es para leerlo como mínimo con cierta cautela, que es justamente lo que le sobra a este príncipe iluminado.
Aún así no he sentido la necesidad de dirigir un tratado de psicología aplicada, ni de sociología, ni de política, ni de religión, ni disertar sobre la esencia del ser humano -y bien que esta obra de Miguel, no de las de ripios sino de las que no se pueden visitar los lunes, se presta a ello- sino de mostrar el resultado de una experiencia vital tan común y placentera como la de leer con tus propios ojos y subirla con todo el cuidado que sea posible para que cada espectador vea y oiga lo que quiera ver y oír, que a fin de cuentas es lo que hace quien más y quien menos en su vida desde que se levanta hasta que se acuesta con sábanas de piedra.
Jesús Manchón