Sobre la obra
La pena es una manera de aceptar, quizá también de sanar, el dolor, dicen. Como también dicen que quien canta, su pena espanta. Dicen. Y ya pueden decir, que hasta que uno no se encuentra de frente con el dolor, con la pena y con la canción no puede ni imaginarse de que están hablando.
Enrique Cubero recibió la visita de tragedia como esta siempre llega por anunciada que esté: sin estar realmente preparado. ¿Acaso alguien lo está? De nuevo, que digan lo que quieran. El cáncer que se llevó a su esposa Olga, hizo tambalearse los cimientos su vida. Su día a día, a partir de ese momento, iba a ser lógica y desafortunadamente otro. Empezó a convivir con la herida, con la tristeza y con una de esas ausencias más inevitables que cualquier presencia. Y al final, como músico que es, empezó a cantarles, claro.
Quique dibuja la tristeza es el disco que acepta todos esos días sin sol y todos esos días con sol demasiado impertinente. Al igual que Sufjan Stevens con Carrie & Lowell, Nick Cave con Skeleton Tree, Mount Eerie con A Crow Looked at Me y hasta Charlotte Gainsbourg con Rest, esta es una música inspirada y dedicada a una persona que ya no la podrá escuchar. Para el resto de personas que nos acerquemos a ella, no obstante, es una invitación a acompañar a Enrique Cubero al otro lado de la línea de sombra.
Enrique y Roberto Cubero han ampliado para esta ocasión su hermandad a cuarteto: Oriol Aguilar suma el contrabajo y Jaime del Blanco el violín. Una decisión estilística circunstancial que embellece el trazo de unas canciones que, por otro lado, siguen teniendo la denominación de origen 100% Hermanos Cubero: canciones de raíz folk tan americana que parece alcarreña o tan alcarreña que parece americana.
Este álbum grabado en directo, durante los últimos días de diciembre de 2017, con equipo móvil por Suso Ramallo en las Bodegas LaVeguilla de Olivares de Duero de Valladolid, no se entiende sin su contexto. O quizá sí. Porque es importante saber que Enrique empezó a componer estas canciones tres meses después de la prematura muerte de Olga sin otro ánimo que el de reordenar su cabeza y su mundo tras una experiencia vital tan traumática. Pero, hasta sin conocer esta intrahistoria, Quique dibuja la tristeza es un disco con cuyo temblor, con cuya belleza rasgada, es imposible no empatizar.