El Quijote cantante y sonante

Sobre la obra

En El Quijote, ese libro de libros donde se puede encontrar todo y que ahora cumple sus primeros y esplendorosos cuatrocientos años, también se hallan, cómo no, algunos de los cadenciosos ritmos que, pocos siglos más tarde de su publicación, se trocarían en furtivas soleares raciales, en dolientes bamberas o en armoniosas y viajeras colombianas. Tan sólo había que darse de oído con ellas a través de su lectura “flamenca”, porque de cualquier modo puede acercarse cada quién a la novela más frondosa, aunque no más extensa, de la literatura universal. Vicente Soto “Sordera” lo ha hecho y ha encontrado en sonetos, décimas, quintillas o romances, entreverados todos ellos a lo largo y ancho de la obra cervantina, las cadencias jondas de las plurales voces de sus protagonistas, pues no en vano el mismísimo Don Miguel conoció muy de cerca, casi familiarmente, la misteriosa presencia del pueblo gitano en aquella España grandilocuente y paradójica.
Vicente Soto nos acerca a todos en esta hora de concelebración un Quijote cantante y sonante, solitario en su grandeza y tierno en sus desvaríos, que teje y desteje sus andanzas mecido por los “jipíos” de una música estremecedoramente bella, El Flamenco, al que también el tiempo ha convertido en una ética incontaminada e intemporal, ahíta de arbitrarias y sonantes genialidades que nos evocan algunas cuitas de nuestro hidalgo.
A salto de mata y, sobre todo, a salto de cante, Vicente nos pone a pie de hazaña quijotesca, cantando y contando los desamores y las quimeras, los sueños y los desvelos, las andanzas y las soledades del más alto caballero que haya jamás existido, aún sin existir. Estamos por fin, señoras y señores, ante un Quijote episódico, versionado y adaptado en clave jonda para la voz veraz de Vicente Soto “Sordera”.

Pedro Atienza