Dos delirios. Variaciones sobre Shakespeare

Sobre la obra

Los personajes viven aquí, en una mezcla de fantasía y desacato literario, situaciones inesperadas por cualquiera de nosotros e incluso por el propio Shakespeare… Próspero no es el anciano sabio y generoso de ‘La Tempestad’, con poderes extraordinarios que le permiten gobernar las fuerzas del mar y de su isla; nuestro Próspero es un hombre degradado y achacoso, en una isla, tal vez imaginaria, que no puede ver y en la que la música y los músicos son a veces sus prolongaciones y a veces sus interlocutores, son su magia y su creación, quizá su imaginación o su recuerdo. Julieta, por su parte, se nos presenta aquí con cuarenta y tantos años, tres décadas después de los acontecimientos en la cripta de los Capuleto donde concluía la tragedia de Shakespeare; ha sobrevivido a sus intentos de suicidio de la última escena, pero nadie lo sabe; vive todavía entre las sepulturas, en la oscuridad, sin poder salir de allí, con el recuerdo y la escucha como única compañía.

La música, los sonidos, juegan, por tanto, un papel relevante en una y otra pieza; no son mero ornamento o ambientación escénica sino parte dramática protagonista. Para Próspero, la música es la manifestación de sus poderes, la evidencia de sus hechizos y tempestades, y también la manifestación de Ariel, Calibán y Miranda, los únicos seres de su entorno; controlar sus sonidos es gobernar sus vidas pero cuando esos sonidos escapan a su control se rompe el hechizo, la fantasía, el mundo que él se había creado. Entre las rutinas de Julieta, después de vivir durante tanto tiempo casi siempre lo mismo, la más enriquecedora tal vez es la escucha; con ella y con el tiempo ha ido creando un atlas de sonidos (reales unos, imaginados otros) que cada día visita y reconoce, o en el que descubre novedades.